El Vocero Mudo
miércoles, 21 de enero de 2015
Después de mucho, mucho tiempo, recorro el blog.
Cuesta creer que no escribo desde Enero del 2013.
Estoy ocupado en otras actividades relacionadas con el periodismo. Algunos lo llaman "de cordón cuneta", porque está realizado en el interior del país. Para ser más preciso en la ciudad de Trenque Lauquen, lugar lindo si los hay en la Pampa Chata bonaerense.
Es periodismo sin calificativo. Lo hago con la misma pasión de siempre, sin envidiar a ninguno de los colegas que desarrollan su actividad en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o en otros grandes conglomerados urbanos del país. Una prueba irrefutable de que la actividad es digna e interesante en cualquier lugar, es la foto que acompaña este post.
Habrá de demandar un gran esfuerzo volver por estos "lares" cibernéticos, pero haré el esfuerzo.
En el mientras tanto, les recomiendo a mis seguidores, amigos o no que tomen nota de lo siguiente:
Twitter: @matheusjo
Facebook: Jorge Matheus y Grupo Periodístico Trenque Lauquen
Página web: www.infoecos.com.ar
Los espero por los tres lugares de Internet mencionados.
Si logro hacer algo de tiempo, por acá también estaré, de "vez en vez".
Hasta cualquier momento.
lunes, 14 de enero de 2013
Educar para no envidiar
Hace varios días que mi Madre, fallecida en Febrero del 2006, está omnipresente en la memoria.
Unos minutos atrás, luego de larga conversación con añejo conocido, 'desculaté la hormiga', como se suele decir cuando se resuelve algún interrogante social, cultural, económico, deportivo, político. En este caso, existencial.
Mi Madre tenía muchas acciones que la distinguían. No era un símil de Teresa de Calcuta. Tampoco se la podía comparar con una Carmelita descalza.
Mi Madre estaba comprometida con sus férreas convicciones ideológicas y religiosas. Asumía el trabajo solidario y generoso sin especulaciones de ningún tipo. Jamás decía "pa' mi cuanto hay". "Hacía el bien, sin mirar a quién", otra de las frases tan remanidas que oímos y leemos desde pequeños.
Tenía la particularidad, poco común en mujeres de su tiempo (había nacido en 1927) de adaptarse a las circunstancias. Era joven con los jóvenes. Vieja con los viejos.
Conservaba los valores innatos y los adquiridos, sin andar proclamándolos a los cuatro vientos.
Mi Madre, pese a los 78 años cuando decidió dejar la vida terrenal, conservaba intactos los sueños y esperanzas.
Tenía un fuerte temperamento, lo que traducía en no callarse nunca, aunque 'metiera la pata'. Era afin al Peronismo, al que aprendió a querer desde muy pequeña. Sentía especial admiración por Eva. Sin embargo compartió su vida y tuvo dos hijos con un conservador recalcitrante, mi Padre, que era un buen tipo y amplio con sus hijos, pero excesivamente gruñón, con la mirada puesta fuera de las fronteras de la Nación. Meritorio su paso, porque era laburador y autodidacta en su profesión.
Pero volviendo a mi Madre y su omnipresencia en estos últimos días, ella tuvo un mérito que hasta el último minuto deberé reconocer. Dudaba, muchas veces, de sus semejantes, lo que no fue óbice para que se alegrara con el éxito bien entendido de los mismos.
Mi Madre está tan cerca en estas últimas jornadas, porque de sus cromosomas y acciones nunca surgió el sucio, deleznable, abominable, vomitable 'pecado' capital de ENVIDIAR.
Cuanto tengo...para reconocerle !!!.
Es posible sea tarde, muy tarde para ello.
Copiaré lo aquí escrito y se lo dejaré al pie del domicilio que habita desde el 5 de Febrero del 2006, donde la depositamos sus hijos, nietos, familiares y amigos.
Hasta por ahí le hago pegar en el frente y frío mármol:
'Aquí descansa una Mujer que desde sus nutrientes supo predicar con educación que los demás no son de palo y a los que jamás hay que medir por lo que tienen o posiblemente puedan llegar a tener'.
Y, si lo llega a leer, ojalá llame, para decirle - sin temor a sonrojarme o que acuse de hipócrita, haber heredado una de sus mas sobresalientes virtudes'.
martes, 25 de diciembre de 2012
Vale más el "macaneo" que una escuela, para muchos medios y periodistas
Soy una especie de "fanático" de las noticias, fundamentalmente y pasados los años de aquellas que están relacionadas con hechos. Con el transcurrir de los años, uno se cansa de los discursos, las promesas, las elucubraciones, los posicionamientos individuales, las aspiraciones sin decir para que, etcétera.
Durante toda la jornada de este 25 de Diciembre he seguido de cerca lo sucedido en General Villegas y Tres Algarrobos, castigados por una especie de "huracán", que voló techos de viviendas particulares y de una escuela; arrancó árboles de cuajo; dejó sin agua, energía y teléfonos por muchas horas a una cantidad apreciable de vecinos. No fue noticia en la red informativa por excelencia: Twitter, salvo para escasos medios regionales, como para vecinos de ambas comunidades que ante el conocimiento de lo sucedido, lo transmitieron a otros.
No pretendo, ni habré de pretender que los medios nacionales se hagan eco, porque no hubo ningún muerto. Si ello hubiese acontecido, seguramente, sería el zócalo de canales de noticias y hasta incluso podría imaginarme que ocupará la tapa de algún matutino.
Lo que no estoy dispuesto a bancar y daré todas las "peleas" que hagan falta desde lo personal, profesional y mediático, es que siga siendo más importante que un "árbol cayó y destruyó un auto en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires", cuando a un establecimiento educativo, sea de donde sea, se le volaron los techos.
Pensar que los medios y periodistas de CABA, se rasgan las vestiduras hablando de la educación, salud y problemáticas institucionales de nuestra querida República Argentina.
Estas navidades siniestras
Reconozco: no sabía de este texto que se le atribuye a uno de los más grandes exponentes de la historia periodística y literaria universal, Gabriel García Márquez.
Lo comparto con los lectores del blog.
Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tanto estruendo de cornetas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David. 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero le gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social.
Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño Dios era mas grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más grandes que la Virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de seda amarilla que habría de indicar a los Reyes Magos el camino de la salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros, y desde luego era mejor que tantos cuadros mal copiados del aduanero Rousseau.
La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeron los Reyes Magos –como sucede en España con toda razón–, sino el niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto, y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no sólo porque yo creía de veras que era el niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que también los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños, y me quedé en el limbo. Aquel día –como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria– perdía la inocencia, pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.
Todo aquello cambio en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papa Noël de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen San Nicolás, un santo al que yo quiero mucho y porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de la América Latina. Según la leyenda nórdica, San Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve, y por eso lo proclamaron el patrón de los niños.
Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto al árbol de los juguetes, y hace poco mas de cien años pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego pasó a Estados Unidos, y estos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad.
Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando dónde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños –viendo tantas cosas atroces– terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.
Sencillamente, excepcional descripción.
domingo, 23 de diciembre de 2012
No entiendo un "pomo", pero...
De música no entiendo un "pomo".
Solo se escucharla.
No puedo hacer ni una mínima mención a sus orígenes, instrumentos y todo lo que ella representa.
Lo que puedo opinar es sobre el resultado de los espectáculos que he presenciado y pueda llegar a presenciar.
El sábado un club nacido en un barrio de Trenque Lauquen, pagos en los que estoy mucho del tiempo, peleando a brazo partido por cuestiones personales y empresariales, nos regaló una caricia para el alma.
Por primera vez en la historia de una ciudad de 50 mil habitantes, según se estima, se presentó la Orquesta Sinfónica Nacional con el violinista Xavier Inchausti.
Fue realmente un deleite.
Unas 2000 personas en estadio abierto, donde la música solo podía verse "molestada" por una suave brisa, aplaudieron fervorosamente.
Los intérpretes, ni taquilleros, ni marketineros.
Sin embargo, se retiraron del lugar como si lo fueran.
La institución que se la "jugó" en el marco de un abono que lanza anualmente, se llama Barrio Alegre.
Vale conocerla.
Es propietaria del único cine que hay en la ciudad, estadio para 12 mil personas, pileta balneario, salón de fiestas, canchas de tenis, paddle, bochas.
Es un club como los "grandes", en una ciudad relativamente "chica".
Quienes conocemos su accionar, nos sentimos orgullosos de ella.
El sábado si le faltaba ganarse otro lugar en la consideración general, lo obtuvo.
Inchausti es el "Messi del Violín". 22 años. Nacido y criado en Bahía Blanca. Reside, desde hace un tiempo en España. El 19 de Enero tocará en Viena.
La Sinfónica Nacional, tiene sobrados méritos y reconocimientos. Que puedo agregar.
La música de tantos virtuosos, a quienes concurrimos, acompañará eternamente.
viernes, 21 de diciembre de 2012
De imprescindibles está lleno el cementerio
Pregunto: a cuantos argentinos, les importa los cambios que se están dando en la radiofonía porteña ?.
El centralismo absurdo y que parece eterno, les hace creer que son "estrellas" y que sin ellos se acaba la Democracia. Hasta tienen armado un sistema que un cambio de emisora, se constituya en una noticia que ocupa unas cuantas columnas en diarios, como así también anális "sesudos" de sitios en la web.
Si no fuera porque algunos tienen apellidos un tanto 'raros' y participan en programas de TV, en muchos Pueblos los confundirían con el carnicero, peluquero, kiosquero, etc.
En verdad, no los escucha nadie. Puedo dar fe de lo que escribo.
La Televisión abierta y por cable, les ha dado un adicional importante en términos profesionales.
Ni que hablar en lo económico.
Para ellos, pareciera no caber el axioma: "de imprescindibles está lleno el cementerio".
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