lunes, 5 de abril de 2010

Macaya decidió no ser Duhalde...

Luis María Macaya, decidió un día no ser Duhalde, porque tenía los principios propios de la Lealtad, incorporados hasta la médula.

Recuerdo, al cumplirse en esta jornada del 5 de Abril del 2010, dieciocho años de su muerte, una larga conversación que mantuvimos en el Senado de la Provincia de Buenos Aires, mientras se desempeñaba como vicegobernador de Antonio Cafiero. Él, en esa condición. En mi caso, como periodista de un modesto medio del interior bonaerense.

Le pregunté si Menem le había ofrecido acompañarlo en la fórmula presidencial que competiría en las internas con Antonio. Sin dudarlo, contestó que sí. La repregunta era lógica: porque no aceptó?. “Estaría traicionando a la gente que me votó, como así también al gobernador que confío en mí, pese a que tengo algunas diferencias de criterio con él”, respondió.

En tiempos donde la dirigencia vuelve a tener cuestionamientos acentuados, la figura de Macaya se agiganta, aunque no se haya realizado ninguna marcha en su memoria e incluso por la falta de Mario Granero, uno de sus amigos del alma, tampoco se realizó convocatoria, aunque más no sea a una simple misa, para tenerlo presente.

A la par de ser un hombre con sensibilidad social, compromiso político, acendrada fe peronista, se distinguía por el trato que dispensaba a sus pares y a todo aquel con quién se encontrara. Afable, educado, simple, sin rodeos, mirada de frente sin pestaneos, voz tranquila y pausada, se granjeaba el cariño.

Quienes más lo conocieron aseguran que no necesitaba de la política. Venía de una familia acomodada de su Tandil querido. La pasión por la actividad pudo más que él, y militó desde el año 1965, habiéndo sido con el tiempo uno de los grandes protagonistas de la vuelta al Poder público de la provincia del Peronismo, después de la derrota que el radicalismo le infligiera en 1983.

Integró los equipos del Centro de Estudios que Antonio Cafiero constituyó con el fin de abordar las problemáticas de la provincia de Buenos Aires y desde ahí no dejó distrito del interior sin recorrer. El premio que recibió: haber integrado la fórmula de 1987 que venció a la del partido en el gobierno.

Seguramente no escasean en el firmamento de la política vernácula, hombres y mujeres con características similares a las de Luis María Macaya. Lo que sucede, es posible, no se muestren ó les cierren los caminos para hacerlo.

Tuve la oportunidad de conocerlo, entrevistarlo repetidas veces y congraciarme con sus gestos.

Aquella charla mantenida previa a la interna más comentada de la historia democrática desde el 83 hasta nuestros días, dejó el sabor de que los principios pueden sostenerse - aunque en estas épocas - escaseen las imitaciones.

Cuando se escriba sin retaceos, ni “pijoterismo”, sobre estos 27 años de Democracia, quizá a alguien se le ocurra poner en alguna página ó como subtítulo que: “No hubiese existido Duhalde, sin el renunciamiento de Macaya”.

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