domingo, 18 de octubre de 2009

Luchar contra la resignación y la protesta...

Cuando Mamá, hasta mis 16 ó 17 años, se encargaba de confeccionar los calzoncillos con restos de sus batones gastados, y Papá llegaba con manchas negras en sus mamelucos, manos y cara, que le valieron el mote de “alemite” (x), siempre tuve la excitación que lo que iba a enfrentar sería una vida complicada, cargada de privaciones y hasta infelicidad.

Pasados poco menos de 40 años, debo reconocer que fue lo contrario. Solo resta sentirme feliz más constantemente. Esto último nada tiene que ver con la niñez y adolescencia atravesada. Está vinculado a la insatisfacción que suele hacerse carne en muchos, y que en la jerga popular se repite siempre: “no hay nada que te conforme”.

Las imaginadas complicaciones fueron superadas con prepotencia de trabajo, más que con inteligencia.

Las privaciones estuvieron dentro de la lógica, hasta que empezó a fortalecerse la tarea profesional encarada. Surgieron posibilidades que jamás había pensado.

Conté con el acompañamiento afectivo de mis Padres, y el aliento para que nunca cejara ante las dificultades. Siempre con la mirada puesta hacia delante, sin obviar el pasado.

Fue impregnándose en la memoria y el corazón un fuerte sentido Nacional y Popular, como así también la expectativa de ver a la sociedad del país, con muchas de sus esperanzas y sueños concretados, a la par de gozar de estabilidad institucional, económica y cultural.

Sin haber alcanzado ningún título universitario, fui educado en los primeros tres primeros estamentos de la enseñanza pública (pre-escolar, primaria y secundaria), bajo los preceptos Sanmartinianos y Belgranianos. En esos dos gigantes de la Historia Nacional, tan mencionados en los discursos de la dirigencia política de estos tiempos, he tratado de practicar la mayoría de los actos, en la convicción que los sueños amasados en el Siglo XIX se harían realidad, al punto de suponer que constituirían un “callo” saludable en las acciones de todos, sin excepción.

Cuando allá por 1983, y después de haber sufrido la pérdida de queridos amigos, Argentina retornó a la normalidad constitucional, fui uno de los tantos millones que festejó, entusiasmó y se aferró con fervor. Estaba convencido que emprendíamos el camino hacia el respeto y goce de las Libertades Individuales, pero por sobre todas las cosas, a dar respuestas concretas en torno a la estabilidad social.

En estos últimos quince ó veinte años, ha venido sucediendo lo contrario. Se percibe en un porcentaje del Pueblo, que no alcanzo a cuantificar, una sensación de desasosiego, desesperanza y desconfianza que debería llamarnos a los que en - menor ó mayor medida - tenemos algún grado de responsabilidad privada ó pública, tratar de modificar, por más estadísticas que se divulguen y discutan.

Esas modificaciones no se dan elevando la voz; creyéndonos los dueños de la verdad; cambiando las reglas de juego anteponiendo intereses empresariales, sectoriales ó políticos; colocando un cerrojo a la memoria; actuando como distraídos como si no hubiésemos sido protagonistas - aunque nos creamos irrelevantes - sobre lo que se está atravesando; con incapacidad para asumir los errores cometidos, y lo que alguna vez escribí en un post, creyendo que pedir Perdón, es un pecado y no, una virtud.

En estos días he releído y escuchado frases de un auténtico y valiente pensador, Arturo Jauretche, a quién Athaualpa Yupanqui calificó como el verdadero “Ser Argentino”, sobre “el subsuelo de la Patria Sublevada”. Se integraron a mis oídos y posaron con satisfacción sobre el poco ó mucho contenido de retención en la memoria, los pensamientos escritos de Scalabrini Ortíz, Homero Manzi u Ortíz Pereira Dellepiane.

Después de compartir algunas horas con jóvenes en los que reposa ineludiblemente el futuro de la Nación, haber oído algunos de sus pensamientos, me costó conciliar el sueño, por lo que decidí transmitir – humildemente - en este espacio, una sensación que preocupa.

En muchos hay descontento y hasta temor en introducirse hasta la “médula” en las grandes discusiones que hacen falta, para dejar de mirar hacia fuera y sentirse orgullosamente argentinos. Están convencidos que no tuvimos, los de nuestra generación, la capacidad de construir una Nación previsible, tolerante, social y emocionalmente estable.

En otros, fanatismo y sesgamiento. Creí, sinceramente, que estas posturas lejos de ser cualidades, habían sido desterradas para siempre.

Pasado el mediodía - en tanto - había observado un perfil cruel, frente a una de las casas de comida más conocidas de la ciudad.

Dos pequeños, cuya edad no superaba los 7 años, con la ropa raída, rostros sucios, cruzaban la calle.

Una niña llevaba un bolso azul, donde supuse había algo de comida.

El niño, un bebé en brazos, sin calzado. Atravesó la idea de tomarles una fotografía. Tenía la máquina para tal fin y un moderno celular que posibilita captar la realidad rápidamente. Preferí no hacerlo, por dos causas.

Una: me ganó la vergüenza.

Otra: no había sido capaz de detenerlos, aunque sea un instante, para consultarlos sobre cuales eran las razones que a tan corta edad se movilizaban solos por las calles, oficiando de Padres, en un día que - por más razones comerciales que persiga - está enraizado en los afectos de la gente.

Cuando ya bien entrada la noche caminé hacia el lugar donde resido, las calles estaban vacías y los lugares dedicados a la gastronomía tenían la mayoría de sus espacios despejados. No pocos jóvenes con pinta de harapientos, y hasta algunos infantes transitaban como perdidos, hurgando con la mirada en los que quedaban y en las bolsas de basura.

Sentado frente al procesador, solo atiné a realizar algunas correcciones, y mientras culminaba el post recordé:

- los dichos del “Héroe futbolístico” de la Argentina, Diego Maradona;
- el debate sobre la Ley de Medios;
- la agresión a Gerardo Morales en Jujuy;
- los improperios a la embajadora de Estados Unidos en Mendoza;
- los constantes zigzagueos de los dirigentes;
- los comentarios en su gran mayoría “electoralistas” de muchos colegas, a los que respeto, pero con los que no comparto sus posturas, máxime sabiendo que ninguno de ellos anda en “patas”;
- los calzoncillos elaborados por la “vieja”;
- las manos como lija del “viejo”;
- la incertidumbre de los primeros años de la década del 70;
- la magnífica oportunidad de poseer una computadora y acceder al mundo con lo que se piensa;
- en mis hijos;
- su madre;
- en los compañeros del trabajo diario;
- en quienes dependen de lo que uno haga acertadamente, para seguir viviendo;
- en los afectos no solidificados felizmente;
- en los rencores;
- en los intereses subalternos que golpean los cimientos del Pueblo, entre otras cosas.

Como decía Enrique De Gandía: “aunque estoy lleno de dudas, rezo todos los días”. Y así empecé a hacerlo, mientras los dedos y las ideas comenzaron a evidenciar cansancio, pero con la esperanza puesta en que una buena parte de aquellos que hemos materializado algunos sueños, debemos ponernos a trabajar a destajo en el marco de la solidaridad, generosidad, respeto, buena voluntad y enorme sacrificio para ir sepultando, aunque sea de a poco, lo que desgraciadamente se está constituyendo en costumbre: la resignación y la protesta.




(x) Alemite: un adminículo, de aluminio o plomo fundido, que servía para introducir la grasa en los vehículos que reparaba.

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