Los asesinatos no tienen explicación de ninguna especie, por más razones psicológicas que se esgriman. Menos aún, si la víctima es un niño, que frente a la irracionalidad de un mayor, imposible pueda defenderse.
La muerte de Tomás Damonte Santillán, ocurrida en el distrito de Lincoln, llena de dolor y angustia a todo el país.
El niño había desaparecido el pasado martes, cuando se retiro de la escuela a la que concurría, cumplido el horario de clase. De ahí en adelante, todos los mecanismos en manos del Estado se pusieron en marcha. La Justicia y la Policía de la provincia de Buenos Aires actuaron rápidamente, una vez radicada la denuncia, por parte de su madre.
El Pueblo de Lincoln registró una presencia inusual de efectivos de las fuerzas de seguridad, que requisaron más de mil domicilios.
Tomás, parecía como desaparecido de la faz de la tierra. Se fueron descartando hipótesis. El caso fue seguido con suma atención y alcanzó repercusión nacional. Hubo un hermetismo que compartimos, en quienes estuvieron al frente de la investigación. Los antecedentes en casos similares al ocurrido, ameritaban la actitud.
Transcurridas poco más de 48 horas, quién suscribe sugirió al Intendente Municipal, Jorge Fernández, la idea de realizar una fuerte convocatoria a toda la región del Noroeste de la provincia, con el fin que la sociedad se comprometiera en su búsqueda. Si no era posible encontrarlo en el ejido urbano, teniendo en cuenta las dimensiones del distrito, más de 560 mil hectáreas, como así también de los vecinos, que autos, camiones y vehículos salieran a rastrear campos durante todas las jornadas, a fin de dar con el paradero del pequeño.
El mandatario comunal escuchó atentamente la propuesta, y a la par de ello transmitió su fuerte preocupación. Habían pasado unas 50 horas desde que Tomás había salido del establecimiento escolar. El intendente linqueño se mostró también de acuerdo con la tarea de investigación que se estaba ejecutando. Fue parco a la hora de responderme, pese a que nos une una férrea amistad, con respecto a los pasos que se iban a dar. Seguramente ya tenía claro a donde se apuntaba.
A los pocos minutos, supe por noticias que difundían otros medios, que se allanaba el domicilio del padre de la ex pareja de la mamá del pequeño, de tan solo nueve años, para luego leer atónito el título de un informe televisivo: “Encontraron muerto a Tomás”. Quién era el responsable periodístico de brindar los datos, anticipaba que había hablado con el fiscal y un perito de la policía, casi afirmando que tenía el golpe de una pala en su cabeza.
La primera reacción fue y la reafirmo que el título debería ser: “Que pedazo de hijo de puta. Mató a un Ángel”. Imperdonable. Así lo volqué en mis cuentas de las redes sociales Facebook y Twitter.
Si algo se torna indescifrable es la carencia de corteza cerebral en quienes hablan, caminan, trabajan, manejan y hasta procrean. Solo los animales no poseen esa cobertura en lo que vulgarmente podríamos llamar el disco rígido de la computadora más perfecta que pisa sobre la tierra: el ser humano.
Es por esa causa que considero que si bien es un tema gravísimo que nos debe alertar a todos, no está relacionado con la inseguridad. Quién puede anticipar claramente, entre miles y millones de habitantes, que en muchos de los que nos rodean, hay conflictos, donde uno ó varios de los involucrados, deberían estar registrados en un padrón que no existe: el del mundo animal.
Por todo lo expuesto, deseo subrayar que “la expresión del título, es el insulto más duro que puede proferirse, y en la Argentina se utiliza toda vez que se producen situaciones que consideramos anormales en lo personal ó en el conjunto de la sociedad”.
No quiero mezclar “los tantos”, como suele decirse. La locura de un Hijo de Puta mató a este ángel y nos puso a todos los que creemos ser bien nacidos, entre la angustia ó un ataque de nervios.
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