martes, 24 de marzo de 2009

24 de Marzo 1976: "Todo está clavado en la Memoria"...


El clima social, político y económico que se respiraba era denso, casi irrespirable.
Las conversaciones en todos los ámbitos giraban en torno a la debilidad del gobierno surgido por el voto popular en el año 1973, después del fallecimiento del líder más convocante que haya dado la Nación, Juan Domingo Perón.
Nadie podía estar ajeno a esa situación que se tensaba minuto a minuto.
Los enfrentamientos se producían adentro y afuera.
Los sectores eran demasiado antagónicos.
Aunque se diga lo contrario, no eran pocos los que querían ese desenlace.
Es difícil tener que asumir tal sentimiento, cuando con el paso del tiempo se analizan los resultados fatídicos que se produjeron.
La radio quedó encendida y aún la conservan. Funcionaba a pilas.
Quedó sintonizada en una emisora de las más escuchadas, de aquel entonces.
Uno de los integrantes de la casa despertó en la madrugada y escuchó la repetición del comunicado número uno. Saltó de la cama y corrió a la habitación de sus padres a comunicar la noticia.
No hubo demasiadas sorpresas.
Sí pudo escucharse algún lamento, especialmente por el destino que le asignarían a la señora presidente de la Nación, María Estela Martínez de Perón.
Las calles se militarizaron y en el municipio se dio cuenta de la llegada de un oficial procedente de la Unidad Militar existente en Bahía Blanca.
Las imágenes de televisión pudieron verse 48 horas después.
Solo existía un canal abierto de carácter regional que recibía material “envasado”.
Las emisoras y el diario La Razón que se publicaba vespertino, fueron los medios para seguir las noticias de cerca.
Los comentarios eran muchos.
De un lado, los que sentían regocijo y satisfacción, con lo acontecido.
Del otro, quienes se animaban a defender en voz alta, el atropello.
Porque negarlo, las opiniones estaban divididas.
Ni unos, ni otros, pese a la confrontación armada que se registraba en distintos lugares del país, imaginaba el desenlace.
Los meses y años transcurrieron.
Desaparecieron amigos muy queridos.
Recomendaron quedarse en silencio.
Unimogs subieron a la acera y soldados ingresaron al domicilio en dos oportunidades.
Revolvieron hasta el último estante y debajo de las camas.
No había libros, ni material de otro tipo que pudiera comprometer la vida de los ocupantes del inmueble.
Un pozo en el patio fue el destino de las revistas El Auténtico, El Descamisado, la colección de Crisis y unos fascículos de Simón Bolívar a Perón.
Pasaron por la habitación de los hijos.
“Mi Lucha” de Adolf Hittler estaba sobre la mesa de luz. Se había leido con el objeto de conocer su demencial pensamiento.
Contaron los dueños de casa que solo atinaron a mirar su tapa. Lo dejaron, casi como si no lo hubieran tocado.
Hubo alguna oración elevada para el abuelo que llevaba a Perón en la sangre, y hasta con resignación alguien señaló que “es una suerte que no esté. Hubiese muerto de tristeza”.
Se había iniciado la barbarie y el tiempo más ignominioso de la historia Argentina del Siglo XX
.
Dice la canción: “El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos”.
Gracias al Cielo que, pese a ello, no hemos perdido la Memoria.

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